martes, 18 de septiembre de 2007

Ruta

Ahora entiendo eso de que un hijo te cambia la vida....





lunes, 10 de septiembre de 2007

La nariz pintada

Hoy fui a la facultad a la noche y pinté un cartel. Esto no es algo digno de mención por sí solo, dado que suelo hacerlo seguido. La novedad se dio hace diez minutos cuando me miré la cara en el baño. Tengo una pequeña manchita negra debajo de la nariz. Dirán (¿lo dirán realmente?) qué cuernos importa eso; estuve pintando un cartel, es normal que me manche con témpera. Bueno, pues lo loco es que desde que terminé de pintar, hasta que lo noté, habrán pasado unos cuarenta minutos. En el interín, estuve con amigos y compañeros en la facultad, y con varios conciudadanos porteños en el subte. Y siempre tuve la nariz pintada.

Eso me hizo reflexionar un poco.

(tengo a mi vecino en cueros armando algo que parece destornillador en una botella de Fanta)

Decía, esto me hizo reflexionar un poco. Acerca de cuántas veces andaremos por la calle con la nariz pintada. Y me pregunto si no es un poco todos los días, de alguna u otra forma.

No me lavé la manchita, aún la llevo. La miré detenidamente en el espejo del baño, y ahora la pienso, tratando de recordar exactamente dónde hizo su casita sobre mi cara. Acepto que mi locura se trasluce en esto, pero le tomé cariño. En su inocencia marcada por el descuido y la casualidad, esa manchita nació, y le mostró a todo el mundo mi imperfección.

A ver, no es que crea que me muestro perfecta. Pero cuando uno sale a la calle, o en la facultad, cuida mínimamente su aspecto. No sale en bolas, no sale con una armadura del siglo XVII, no sale en tanga ni con manchas de témpera en la calle. Sale como mínimamente debe salir.

Yo llevé a mi manchita a pasear por Buenos Aires. Conoció la calle Corrientes, vio el Obelisco y el palacio de Tribunales. Aunque desde la ignoracia, ahora sé que estuvo ahí conmigo y me pone contenta. Creo que la llevé un poco como bandera. No me molesta mostrar mis imperfecciones, al contrario. Mi manchita, para mí, dice "sí, pinto carteles, así como me ven, con pollerita corta paseando por Barrio Norte".

A veces me sorprendo pensando cómo serán las vidas de los desconocidos con los que comparto diariamente tanto tiempo en el subte o en un bondi. Si estarán casados, en pareja, o acaban de terminar una relación de ocho años; si son heterosexuales, homosexuales, o, aterrorizados, sospechan serlo; si estuvieron exiliados durante la dictadura, si fueron militantes del PRT o si son hijos de desaparecidos.

Mi manchita le mostró a todo el mundo un pedacito de mi vida, del cual pueden haber deducido algo. Y si no la lavo, es porque me encanta cuando logro encontrar alguna de estas pistas en la perfección de los demás.

jueves, 6 de septiembre de 2007

Todavía

Pero qué palabrita cosquillera e insolente...

Cada vez que esa palabra toca la puerta del pabellón de mis orejas, hace que mi panza se alborote como la bolsa de Wall Street en un día de subas de acciones.

Esta palabra guarda entre sus fonemas dos significados casi opuestos. Por un lado, trae el pasado de forma muy pesada, como levantando un balde de agua de un aljibe. Denota un proceso que empezó allá lejos y hace tiempo, y que aún sigue. Este es el significado más dominable, más dócil. Nos muestra un camino recorrido, nos descansa, gambeteando las fatigas. Nos da aliento, como un entrenador en una pelea de box, para que logremos el knoc out de nuestro objetivo.

Sin embargo, por otra parte, encontramos su otro significado. Éste nos habla de proyectos, de futuro. En lugar de ser como una silla en el camino, es un disparo hacia el vacío incierto del futuro. Es una palabra que esboza una posible continuación de algo que no sucede hoy, pero que puede suceder más adelante. Es una invitación.

Creo que el secreto de su magia se encuentra en su potencialidad y su misterio. No sabemos si alguna vez llegaremos a aquel día en que su promesa se haga presente. No sabemos cuánto apuesta alguien por esa opción cuando la pronuncia. Pero al abrirse, al mostrarnos un futuro posible en el que se haga realidad, los corredores de Wall Street de nuestra panza se alborotan, y salen a comprar acciones, felices, apostando por esa posibilidad.