viernes, 21 de diciembre de 2007

Una buena mentirosa

Hace años que me jacto de ser buena mentirosa. Difícilmente mienta, pero si lo hago, pienso absolutamente todo: el tiempo y el lugar, la compañía, la duración. Mis mentiras suelen ser inexpugnables. Tienen todo el sentido. Se sustentan en hechos verificables, aunque falsos. Mis mentiras, lo digo orgullosa, no tienen fisuras. Las sostengo hasta el final.

Creo que es un poco culpa de mi madre. Cuando era chica, me pedía que le mintiera a mi papá si nos habíamos quedado dormidas y no había ido a la escuela. Al día siguiente, cuando mi papá me preguntaba cómo me había ido, mi mamá me enseñó que tenía que decirle "Bien, bien". Nada más. De mi mamá aprendí a mentirle a los hombres.

Mi mamá también me enseñó a esconder la verdad. No a mentir, sino a no decir la verdad. No decir nada. Con el tiempo entendí lo valioso que es mantener la boca cerrada. El proverbio "Uno es esclavo de sus palabras y dueño de su silencio" es una gran verdad para mí. Aunque muchas veces no puedo aplicarla. Tengo que aprender a coserme los labios más a menudo, pero voy progresando.

Vale aclarar que no soy mentirosa. No miento mucho. Más bien poco. Suelo mentir cuando hago algo de lo que no estoy orgullosa, sino más bien avergonzada. La única forma de avergonzarme es cuando falto a una responsabilidad (sí, la única: puedo bailar borracha sobre una barra en un boliche que me chupa bien el coño). Si tengo que dar explicaciones (porque en eso de que las explicaciones no se las debés a nadie no estoy de acuerdo; las responsabilidades vienen con compromisos, y los compromisos, si se les falta, merecen una explicación). Decía, si falté a un compromiso, si no cumplí con mis responsabilidad, me avergüenzo. Y es entonces cuando miento. Nada más.

Por suerte estoy aprendiendo a cumplir mis responsabilidades, y cada vez tengo menos necesidad de mentir. Aunque también, cada vez tengo más responsabilidades. Qué problema, ¿no?

Pero el otro día, por primera vez, me pescaron. Por PRIMERA VEZ. Mentí, aunque esta vez fue una mentirita blanca. Y me descubrieron. "Decime la verdad: ¿no fue así, no?..." . Dudé. Reconocerlo o no reconocerlo. Total, ¿qué podía pasar? No había nada más que mi palabra que certificara o refutara mi mentira. No tenía forma de averiguarlo por otro lado. Y sin embargo, dije la verdad. "No, no fue así", admití.

Fue raro; aunque se sintió bien. Se sintió bien no tener necesidad de mentir. Ni mi orgullo se sintió afectado. Así es como quiero vivir. Sin mentiras. Sin vergüenza.

A pesar de ser buena mentirosa, y de siempre salirme con la mía, no me gusta mentir. No quiero mentir más. Quiero cumplir, no tener necesidad de mentir. Esa es la mujer que quiero ser: una mujer en la que se puede confiar (más que ahora), y para quien la mentira no sea una herramienta de escape, sino un viejo vicio de la juventud. Vivir en la verdad, en el compromiso con otros y otras; vivir haciendo de mí una mujer de confianza y feliz. Porque mentir nunca me ha hecho feliz, aunque sí me ha hecho zafar.

Para mí, vivir en la verdad es hacerse cargo. Es encarar las cosas de frente. Es asumir las responsabilidades que yo misma decidí asumir. Y las responsabilidades son a la vida lo que la técnica a los artistas: al principio parece que nos limita, pero después nos damos cuenta que sólo dominando la técnica podemos pintar lo que se nos cante el culo, o tocar el piano con los dedos de los pies. Sólo dominando la técnica (y no ella a nosotros, como pensamos al principio) tenemos libertad de acción.


Vivir en la verdad es vivir en libertad.
Hacia allá me dirijo.

¿Me encontraré con alguien en el camino?...


Ojalá.

2 comentarios:

Pelos Lokos dijo...

Vivir en la verdad es vivir en libertad.



viva libre amiga que la vida es solo una y hay que disfrutarla lo mejos que se pueda !!!

igual me gustaria saber la historia completa !!!

cuidateeeeeeeeeeeeeeeee

Pelos Lokos dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.